domingo, 11 de noviembre de 2012

Cuando el baile es tan hermoso e increíble que te hace llorar

Ensayaba sin descanso los pasos del baile que había preparado para la audición de la semana que viene. Se jugaba una plaza en una de las escuelas de danza más importantes del mundo y no podía fallar. La playa se había convertido en su aliada y el susurro de las olas acunaba su cuerpo y mecía sus movimientos.

Comenzaba con un arabesque y se servía de un balancé para pasar a un grand jeté. Los brazos acompañaban cada movimiento con soltura y precisión pero ella nunca estaba conforme. Sabía que nada de eso valía para poder pertenecer a semejante escuela de danza, con bailarines de gran categoría.
Repetía los pasos una, otra y otra vez. Ese día la playa estaba más desierta que nunca. Sólo ella y el mar, una perfecta combinación. Sin embargo oyó que alguien venía por detrás. No se giró a mirar quién era ni contestó cuando el desconocido le dijo con admiración que su baile era hermoso. No podía perder la concentración y aún así notaba como él se acercaba cada vez más.

De repente notó cómo la agarraba, con toda la dulzura del mundo y le susurraba al oído que tenía que dejarse llevar. De repente el solo de baile se convirtió en una danza a dos, llena de pasión.  Cada movimiento era mágico, dos cuerpos bailando como uno. La alzaba en el aire, la dejaba caer con cuidado, la giraba, la acercaba a sí con ternura para volverla a alejar. Las olas jugueteaban entre sus pies, como un cuerpo de baile que acompaña a los bailarines principales.



Esto era lo que había estado buscando. Esa sensación de que nada más importaba, de que no era danza sino magia, de que podría pasar así horas y nunca se cansaría. Él le estaba enseñando como conseguirlo y supo entonces que el lazo de unión entre ellos que empezaba a formarse con el baile podría llevarlo más allá.

Terminaron el número con elegancia. Ni siquiera de habían dado cuenta de que tenían público. El espectáculo había sido tan maravilloso que mucha gente que les había visto desde el paseo marítimo había bajado para disfrutar desde la cercanía. El aplauso estalló nada más acabar pero ellos no oían ni veían a nadie excepto el uno al otro.
Fue el quien se lanzó primero a hablar diciéndole que llevaba días observándola aunque nunca se había atrevido a acercarse. Ella no le dejó terminar la frase y le besó. No podía hacer otra cosa. No después del regalo que él le había hecho.

La gente empezó a dispersarse pero ellos se quedaron horas allí. Sólo intercalando pasos de baile, caricias, besos y abrazos. El silencio no les preocupaba.
Cuando se hizo de noche, llegó el momento de volver a casa. No quería separarse pero no había otro remedio. Ella le dio un último beso antes de irse y le dijo:
- La audición es dentro de una semana. Quiero hacer un dúo.
Él se quedó sorprendido pero sonrió y sin tardanza contestó:
- Eso está hecho

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