viernes, 2 de noviembre de 2012

Desenlace

De ahí a una hora, cuando ya casi se había quedado helada en su portal, lo vio llegar por la esquina de la calle. Llevaba el bolso de entrenar al hombro y la sudadera que tanto le gustaba. No pareció sorprendido de verla allí. Quizás incluso la esperaba aunque no entendía por qué. Se le veía cansado pero al verle se iluminó su sonrisa y la saludó efusivamente.

    - ¡Hola! ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Debes estar congelada. Anda, entra al portal.
    - Gracias, ya casi no siento las manos. Perdona por haberme presentado sin avisar
    - No importa. Sabes que siempre estoy encantado de verte. Pero dime, ¿qué te ha traído hasta aquí?

Sin previo aviso, ella empezó a llorar. No sabía si estaba preparada para confesarle lo que sentía por él y sin embargo se moría de ganas por hacerlo. Esperaba que el la abrazara ahora pero parecía haberse quedado petrificado. Ante semejante estampa ella se repuso, convencida de que no tendría oportunidad mejor de decirle que estaba enamorada de él.

     - Yo....necesito contarte algo pero tienes que prometerme que no vas a salir corriendo
     - No sé si puedo prometerte eso pero adelante, quiero escuchar lo que me tengas que decir

Él apenas era capaz de hilar dos palabras sin balbucear y ponerse rojo, pero ella se armó del valor que siempre le había faltado y comenzó una de las confesiones más difíciles que había hecho.

    - Te quiero - le dijo con voz temblorosa. - Te quiero desde el primer día que te vi; aquella noche en la             que tú parecías acordarte perfectamente de mí y yo ni siquiera era capaz de reconocerte. Te quiero porque representas todo aquello que a mí me falta y porque tienes el don de hacerme sonreír cuando nadie más puede. Te quiero porque aunque a veces me de la sensación de que no te importo nada luego me demuestras con creces que te importo más de lo que creo, y te quiero porque cuando me veo reflejada en esos brillantes ojos verdes deseo poder verme durante el resto de mi vida.

Sin darse cuenta había vuelto a llorar. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas suavizando sus facciones y denotando una inmensa fragilidad. Esta vez él si que reaccionó y se acercó para envolverle entre sus brazos. Le acarició con ternura el pelo y le susurró dulcemente al oído: "No tengas miedo, no sufras. Yo también te quiero. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. No puedo vivir  sin ti pero eso ya debes saberlo puesto que no me he podido separar de ti desde que nos conocimos"

Ella volvió su cara para mirarle a los ojos. Esos ojos que las fascinaban y la hacía enloquecer. Sonrió para sí y hundió de nuevo la cabeza en su pecho. Era ahí donde quería protegerse siempre a partir de ahora. Pero él no estaba dispuesto a que todo quedara en un simple abrazo y en un mar de lágrimas, así que tomó su rostro con ambas manos, secó sus lágrimas con los labios, le acarició la mejilla y la besó apasionadamente, durante lo que le pareció una eternidad y al mismo tiempo medio segundo.

Cuando por fin se soltaron, se quedaron abrazados, atados, como con miedo a soltarse. Pero ya no era el miedo al rechazo de antes, sino un miedo nuevo a perder y tener que vivir sin el otro. Un miedo al que tendrían que hacer frente los dos juntos pero que iría acompañado de grandes y felices momentos, de besos y abrazos como los que acababan de experimentar y con un amor infranqueable que iba a perdurar por el resto de sus días.

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