sábado, 8 de octubre de 2011

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Dio tres pasos y le vio. Allá en la lejanía, con su habitual sonrisa torcida. Había ido hasta allí para verla a ella. No daba crédito.
Pensó que era un sueño, pero un grito de él la sacó de dudas. Había venido a buscarla.
Empezó a correr hacia él. No sabía cómo debía reaccionar pero en el momento en el que le alcanzó, le dio un fuerte abrazo y un beso. Él se lo devolvió.
Se sentía inmensamente feliz. Durante el verano pensó que nunca lo iba a volver a ver, pero por lo visto se equivocaba. Tenían muchas cosas de las que hablar, así que lo invitó a tomar algo. Se sentaron en la mesa más alejada de la puerta y del resto de la gente. La conversación iba para largo.
- ¿Dónde has estado todo este tiempo, Paolo?
- Creía que lo de las preguntas se había terminado.
- Lo siento. Sé que ahora no debo estropearlo, pero me gustaría saberlo. – dijo ella afligida.
- No tengo nada que decirte. Son asuntos míos  y de nadie más. – respondió con dureza.
Anita se había cansado de tanto secretismo y empezaba a arrepentirse de haberle invitado a quedarse.
- Estoy harta de tus escapadas sin motivo y de que no des explicaciones.
- Anita no te escandalices, que tampoco es para hacer un drama.
-¡ El drama ya lo haces tú solito dejándome sola durante tanto tiempo! La gente me pregunta continuamente si lo hemos dejado y yo ya no sé qué contestarles. Esto empieza a ser un poco difícil.
- Tenemos 17 años, no sé por qué te preocupas tanto.  Además, si tanto te cuesta manejar esta situación, no tienes más que decírmelo y lo dejamos.
- ¿Crees que se me hará más fácil si no vuelvo a saber nada de ti? Pensaba que me conocías pero ya veo que no. A lo mejor tanto viaje está borrando tus recuerdos.
- No digas tonterías y cálmate. Todo el mundo te está escuchando, así que baja el tono.
Ella empezó a llorar. Paolo no la comprendía y tampoco es que pusiera mucho empeño en hacerlo. Sentía que todo el mundo se le venía encima y no podía hacer nada para remediarlo.
- Vamos a dar una vuelta; necesito airearme. – las lágrimas caían descontroladas por sus mejillas y se las secó con la manga de la camiseta.
Él le abrió la puerta del bar y salieron a la calle. Era una tarde fría de invierno y las cosas empezaban a descontrolarse.

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